En busca de la honorabilidad perdida
- Eddie Ramírez
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Toda persona debe ser honorable, es decir honrada, íntegra y justa para que sea respetada y valorada independientemente de su estatus social. Con más razón, la honorabilidad tiene que ser un requisito sine qua non para quien ejerce el poder político. Desafortunadamente, hoy esa cualidad brilla por su ausencia en presidentes de la república, ministros y diputados, tanto en países desarrollados, como en vías de desarrollo. Insultan, utilizan un leguaje procaz y se caracterizan por ofender y dividir a la población entre buenos y malos. Obviamente, ellos se consideran los buenos. Son un pésimo ejemplo para la población, especialmente para niños y jóvenes. A continuación, algunos ejemplos de honorabilidad perdida.
El fallecido presidente Chávez tuvo fama de malhablado. Esa es una victoria de m.., exclamó cuando perdió el referendo de reforma de la Constitución. Según él, todos los dirigentes de la oposición eran lacayos del imperio que no deberían volver al poder. En sesión de la ONU inició su discurso diciendo que ayer estuvo el diablo, aquí huele azufre, refiriéndose al entonces presidente George W. Bush.
El usurpador Nicolás Maduro no se queda atrás. A María Corina Machado, la líder de la oposición venezolana, la ha tildado de desquiciada, apátrida de la oligarquía y terrorista. A cualquier dirigente opositor lo llama fascista, traidor, lacayo del imperio.
Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional ilegítima, es un desaforado. Un psiquiatra devenido en paciente. Su último insulto fue para Volker Turk, Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, a quien calificó de sátrapa, lamesuela y basura, proponiendo que Venezuela debe salir de esa Oficina de m.. Para él, todos los dirigentes de la oposición son vendepatrias, payasos y títeres del imperio. Diosdado Cabello, ministro del Interior, tiene boca de albañal. Títeres, vende patria, basura, mal nacidos, cobardes, mercenarios de la información son insultos que lanza semanalmente.
Rodrigo Chávez, presidente de Costa Rica, país caracterizado por su elevado nivel de educación, está siendo un pésimo ejemplo para sus ciudadanos. Según él, los opositores en la Asamblea Nacional son idiotas y cualquiera que se le opone es malnacido, canalla y filibustero.
Gustavo Petro, el presidente colombiano, dice en sus peroratas que el Congreso está lleno de mafias y que sus opositores son buitres, carroñeros políticos. Se ha referido al inaceptable Decreto de Guerra a Muerte de Bolívar, alegando que “nos obligan a levantar la bandera de la libertad o muerte. La bandera del pueblo de Colombia hoy, la bandera de la guerra a muerte”.
La falta de honorabilidad también impera en Estados Unidos. Donald Trump desacredita a cualquiera que lo critique, sea periodista, juez o excandidato presidencial, republicano o demócrata. Llamó perdedor al fallecido John Mc Cain porque fue capturado por el enemigo en la guerra de Vietnam. A Mitt Romney, lo tilda de idiota, a Nancy Pelosi le dice la loca, a Biden , Joe el dormilón, y a cualquier colaborador que le renuncia lo califica de inepto. A todos los inmigrantes los llama delincuentes.
Javier Milei, el presidente argentino, exhibió una motosierra como regalo a Musk para que despidiera empleados. Califica a sus adversarios de zurdos de m.., parásitos, casta inmunda, simios, enfermos mentales. Nayib Bukele, el presidente salvadoreño, ha acusado a jueces y críticos de su gobierno de defender terroristas. A la Corte Interamericana de Derechos Humanos la ha tildado de hipócrita.
Buscar la honorabilidad perdida es más fácil que buscar el tiempo perdido de la compleja novela de Marcel Proust. El problema es cómo evitar que quienes no son honorables lleguen al poder por la vía electoral. Es imprescindible formar buenos ciudadanos, como predica Gustavo Coronel.
Como(había) en botica: Solidaridad con los merideños afectados por las inundaciones. ¿Qué espera la Corte Penal Internacional para imputar a Maduro por los asesinatos, desapariciones forzadas, torturas y encarcelamientos solo por opinar en mensajes telefónicos? ¡ No más prisioneros políticos, ni exiliados!
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